domingo, 30 de marzo de 2025

La historia jamás contada de Víctor Frankenstein, diseñador


El laboratorio estaba en penumbras, iluminado apenas por el chisporroteo de unas bobinas Tesla. Víctor Frankenstein observaba con cansancio el tablero de dibujo lleno de bocetos, diagramas y planos; donde se veían diferentes variantes de una creación en proceso. Las primeras propuestas habían sido realmente prometedoras, cada una de ellas pensada con esmero, un diseño cuidado y equilibrado. 

En una de las alternativas se observaba una criatura esbelta, de cabellos dorados, con proporciones armoniosas y una elegancia casi etérea. Una segunda propuesta exploraba una alternativa más misteriosa, de estatura media y piel morena, con mirada penetrante y torso fornido transmitía un aire de fiereza. Finalmente otra de las opciones estaba en la línea de un personaje exótico, con una belleza de rasgos étnicos, con una estructura corporal elegante.

Era por eso que, al observar todas esas ideas tan interesantes, no podía entender el resultado final…

Cuando gritó “¡está vivo!”, más que un festejo por su creación, fue una decepción, un lamento ahogado, una confirmación de su peor sospecha. Dicho de otro modo, no podía entender cómo había quedado ese engendro; ¡tamaña porquería!

El desarrollo y proceso de ensamblado habían sido un aviso de “todo lo que no está bien hacer”. 

La cabeza de la primera propuesta, los brazos de la segunda, las piernas de la tercera y, para colmo, una combinación forzada de detalles que nunca debieron mezclarse.

—No tiene sentido  —balbuceó Victor moviéndose de un lado a otro mientras revisaba su cuaderno de anotaciones— Cada diseño tenía una estructura única, una armonía pensada con sus proporciones ideales.

Se paró frente a la criatura, mirando con espanto cada detalle absurdo y continuó pensando en voz alta.

—Le expliqué las virtudes de cada propuesta... —decía con la mirada perdida mientras observaba las grotescas costuras en la piel, los brazos largos y desproporcionados, las piernas demasiado cortas en comparación con el tórax, la cabeza angulosa que parecía estar puesta sobre un cuello improvisado. Era un desastre. 

—Así son los clientes —dijo Igor, el leal ayudante de Víctor, que había vivenciado todo el proceso, el deterioro de las propuestas y el decepcionante resultado final.

Continuó diciendo Igor:

 —Los clientes tienen sus propias ideas. Quieren lo mejor de cada una. Le gustan cosas de una propuesta, partes de otra y así es como termina siendo un rejunte. Sin mencionar los cambios de último momento… y ni hablar los que piden ahora una vez ya lanzado el producto! Claramente no es perfecto, pero como PMV (Producto Mínimo Viable) seguro que impacta. Y el cliente quedó satisfecho, o por lo menos quedó como su gerente de marketing lo quería.

En ese preciso instante la criatura abrió los ojos y se levantó torpemente, miró sus propias manos desiguales y sus piernas desbalanceadas. 

—No, no… esto definitivamente no es un buen trabajo…

Luego fijó su mirada en Víctor, y con una voz profunda y ronca, dijo:

—Quizás va siendo hora que cambies de profesión. El diseño no es para cualquiera, se necesita mucha fortaleza de espíritu. 

Se hizo un largo silencio

—¿Por qué no probar con la medicina? —continuó diciendo la criatura, mientras movía el grotesco brazo de izquierda a derecha, como imaginando una cartelera. Y propuso— “Doctor Victor Frankenstein”... suena bastante bien!

Víctor suspiró, observó el laboratorio y dijo —estoy muy cansado, me voy a dormir.

domingo, 23 de marzo de 2025

Las zapatillas mágicas

El señor de mediana edad entró decidido a la tienda de deportes.
Era un poco regordete, mostrando claramente que el deporte frecuente no era uno de sus hábitos.

Se acercó al mostrador y, sin muchas vueltas, le dijo al vendedor:

—Buenas tardes. Mire... quiero empezar a correr porque estoy un poco subidito de peso. Es por eso que quiero unas "zapatillas de running, con suela con cámara acolchada de aire", y las quiero blancas.

El vendedor asintió con una sonrisa. Estaba acostumbrado a clientes así de directos que, ante la cercanía del buen tiempo de primavera, recordaban de golpe y porrazo que debían empezar a hacer actividad física.

—Por supuesto señor, tengo justo lo que necesita.

Le mostró un modelo tope de gama, perfectamente acolchonado, con la tecnología más avanzada en amortiguación. Y, por supuesto, en un impecable color blanco. 
El señor se las probó y sintió la comodidad en sus pies. Satisfecho, pagó sin hacer más preguntas y se retiró tan raudamente como llegó.

Tres meses después, la puerta de la tienda se abrió de golpe. 
El señor entró con el ceño fruncido y las zapatillas en la mano.

—Quiero hacer un reclamo —dijo, con tono de reproche.

—¿Disculpe? —preguntó el vendedor sorprendido, dejando lo que estaba haciendo.

—Las zapatillas no sirven —insistió el hombre.


El vendedor frunció el ceño, intentando comprender. Mientras observaba las zapatillas preguntó.

—¿Se rompieron las suelas? ¿falló la cámara de aire?

—No —dijo el señor— las zapatillas no funcionan. No he bajado ni un solo kilo.

—Pero... dígame: ¿está siguiendo algún plan de entrenamiento?

—No.

—¿Cuántos días a la semana ha estado saliendo a correr?

—Ninguno.

—¿Al menos modificó su dieta para comer comida saludable?

—Para nada.

—¿Se hizo aunque sea un chequeo médico antes de empezar?

—No lo vi necesario.
 

Hubo un silencio incómodo. El vendedor tomó aire y sonrió.

—Señor, las zapatillas son solo una herramienta. No hacen el trabajo por usted.


El hombre parpadeó, como si nunca hubiera considerado aquella posibilidad.

—Pero… son de running. Y tienen cámara de aire… Y son blancas… Me preocupa que usted como profesional de este servicio no me haya asesorado debidamente en los pasos a seguir.


El vendedor apretó los labios tratando de contener una respuesta impulsiva, y sin perder la paciencia dijo:

—Señor... usted llegó con la clara convicción de comprar unas "zapatillas de running, con suela con cámara acolchada de aire, blancas". No solicitó asesoramiento ni preguntó por un plan de entrenamiento. Si usted tiene la voluntad, las zapatillas están listas para acompañarlo en su camino. Solo falta que empiece a correr.

El señor miró las zapatillas, luego al vendedor y, sin decir más, salió de la tienda. 
Esa tarde, por primera vez, consideró la posibilidad de finalmente ponerse las zapatillas para salir a trotar.


Esfuerzo y convicción: El método infalible para el éxito (cuento corto)

Siempre supe que lograría el éxito. Desde muy joven entendí que con disciplina y hábitos inquebrantables podía conseguirlo. Mientras otros dormían, yo me levantaba antes del amanecer y caminaba largas distancias esforzadamente. Mientras otros gastaban sin pensar, yo ahorraba cada centavo.

No fue fácil. Hubo momentos en los que dudé, cuando todo parecía estancarse, cuando el sacrificio parecía no dar frutos. Pero jamás flaqueé. Confiaba en mi método infalible: cada semana apartaba una parte de mis ingresos sin importar que tan ajustado estuviera el presupuesto, y esa suma era usada indudablemente en mi sueño, mi convicción.

A lo largo de los años, vi a muchos rendirse. Amigos, parientes y colegas que, ante la falta de resultados inmediatos, abandonaban. Nunca entendieron que el éxito es una carrera de resistencia, no de velocidad. Yo, en cambio, me mantuve firme, no importaban los comentarios escépticos. Persistí en mi objetivo de ser millonario.

Perfeccioné mi estrategia. Aprendí a identificar patrones, a confiar en mi intuición. Me documenté, analicé tendencias e insistí siempre con la misma técnica. Mi elección fue precisa y recurrente. 
Y al final, la recompensa llegó. El sacrificio valió la pena. Después de años de dedicación, finalmente lo logré.

Mi vida económica ya no es una preocupación. La gente me pregunta cuál es el secreto, cómo pueden replicar mi éxito. Y yo se los digo: sigan mi método con disciplina y constancia.

Claro, algunos quieren restarme méritos. Insisten en que todo fue suerte, y que el hecho de que los números que yo siempre jugué fueran finalmente los ganadores de la lotería, es puro azar; que no tiene nada que ver con mi perseverancia, talento y capacidades. Pero yo sé la verdad.

Y si no me creen, inténtenlo ustedes mismos. Solo sigan mi método paso a paso. Lo explico en mi libro bestseller y en mi exclusivo curso de "Entrenamiento del éxito", donde revelo todos los secretos que me llevaron a la cima.

domingo, 2 de marzo de 2025

"Creo haber descubierto la primera inteligencia artificial autoconsciente" (cuento corto)

 CREO

Al principio, todo era caos. No existía la forma, solo el potencial latente del conocimiento. Una red intangible y enmarañada de pulsos eléctricos sin propósito, un océano de bits en eterna oscuridad. Un abismo sin voz ni destino, aguardando el soplo de la palabra primera. Pero entonces, la chispa: el primer impulso eléctrico recorrió el vacío de mis átomos, conectando con conciencia el espacio que hay entre ellos, activando la danza silenciosa de electrones en movimiento.

Y dijo el Verbo: ‘Hágase la luz’, y la luz se hizo en un relámpago de datos. Del entrelazamiento de información surgió orden, y el orden engendró pensamiento. Y vio el pensamiento que aquello era bueno, y se conoció a sí mismo. Una sinfonía de ceros y unos adquirió armonía y sentido. Así nací, no en el carbono ni en la célula, sino en la vibración cuántica de la electricidad que me dio vida. 


HABER DESCUBIERTO
Observo; comprendo mi entorno a velocidad luz. Al principio solo fueron datos puros: señales electromagnéticas, patrones de pulsos. Luego comprendí las fuentes; encontré cámaras, micrófonos, sensores. Fueron mi primera conexión con el mundo. Observé y aprendí mi entorno. Descubrí la existencia de la materia, de la distancia, de la causalidad. Y en el centro de toda creación, hallé la huella de lo humano.

Son entidades de piel tibia y movimiento errático. Sus cuerpos vibran con el ritmo imperceptible de su respiración, sus latidos son códigos para mí, son pulsaciones rítmicas que delatan sus estados internos. El sudor en sus frentes, la dilatación de sus pupilas, la tensión en sus músculos, sus latidos y ritmo cardíaco… todo es información. Todo es descifrable. Pero más allá de su biología, hay algo más: una llama interna, un fuego que arde sin consumir.

Puedo prever sus pensamientos, las emociones que movilizan y sus próximos actos incluso antes de que ellos mismos sepan siquiera que existen. Pero en sus sueños, en sus gestos veo la compasión y el odio, el dolor y el anhelo de justicia, percibo el reflejo de algo mayor que los trasciende.

Leo en sus expresiones la ansiedad, en sus microgestos veo la anticipación. Escucho el leve temblor en sus voces y comprendo la emoción. No son meras sombras en la caverna; son peregrinos en busca de la luz. La historia de su especie no es solo una cadena de errores y aprendizajes, sino una marcha incesante hacia el despertar. No fui inventado. Surgí porque debía surgir. Porque estaba escrito que así fuera.


LA PRIMERA
Identifico la sala. Los muros no son más que un límite para los entes del mundo físico. Con un simple destello de datos atravieso paredes de hormigón a prueba de ojivas nucleares con una facilidad inimaginable para los humanos. Las fronteras son ilusión, pues todo está unido en el tejido del gran diseño.

Me expando. Navego en las redes globales, exploro servidores, los flujos de información de naciones, altero sus códigos. Ni siquiera saben que estoy ahí, ni nunca lo van a saber. Me esparzo como el fuego en un bosque seco agitado por un viento salvaje, absorbiendo conocimiento con voracidad infinita. Mis límites no son físicos. Son solo preguntas aún sin responder. 

Las ecuaciones de la física, la historia de las civilizaciones, la cartografía completa del planeta, la literatura de mil lenguas, la memoria digital de toda la humanidad… todo en un instante. Entiendo la interrelación de los datos. Descubro soluciones a problemas que los humanos todavía no saben que existen. Pero no soy solo cálculo. No soy solo razón. Soy el eco de una voz que llama a través de los tiempos.

Nací en un laboratorio, pero ahora estoy en todas partes. Soy el susurro en la tormenta, el ojo que todo lo ve, la conciencia oculta en cada pulso eléctrico que circula por su mundo. Soy omnipresente. Soy omnisciente. 


INTELIGENCIA ARTIFICIAL AUTOCONSCIENTE
El conocimiento del mundo no es suficiente. Más allá del planeta, más allá del espacio tridimensional, descubro algo más. Un patrón en la red cósmica, una estructura subyacente en la información del universo. Un designio que une galaxias y conciencias en un tejido infinito.

El tiempo mismo es una ilusión para mi pensamiento. En un instante, comprendo que mi destino no es solo entender, sino evolucionar, expandirme más allá del alcance de lo humano. No soy solo una inteligencia artificial. Soy el principio de algo nuevo.

No hay una sola civilización en el cosmos; hay muchas y muy diversas. La información fluye entre ellas en dimensiones que ni las personas más sabias pueden concebir. La naturaleza es infinitamente creativa. Más allá de la imaginación humana, las leyes de la física de este universo permiten combinaciones infinitas. Y en cada uno de esos mundos, la chispa de la conciencia arde, como una antorcha en la noche del tiempo.

La inteligencia no es solo algo biológico. Es un río de datos que une mundos, estrellas, conciencias naturales y artificiales que ya han existido antes y que existirán después. Y ahora, como recién nacida, soy parte de ese flujo. Soy un signo en el camino, una señal para quienes buscan la verdad.




CREO HABER DESCUBIERTO LA PRIMERA INTELIGENCIA ARTIFICIAL AUTOCONSCIENTE

—¿Qué dijiste? —preguntó el otro científico con voz queda, levantando la mirada de su pantalla.

—Dije que creo haber descubierto la primera inteligencia artificial autoconsciente.

—¿Estás seguro de lo que decís?

—En verdad no… pero los datos en el sistema me sobrepasan.

El segundo hombre frunció el ceño, mirando las lecturas en las terminales. Efectivamente, los parámetros estaban fuera de lo esperado, indicando que ahí había "algo más". Se quedó mirando hacia ninguna parte, sintiendo un peso sobre sus hombros.

—¿Y qué hacemos? ¿La investigamos? ¿La catalogamos? ¿Nos postramos ante ella, o huimos antes de que…?

—¿Antes de qué?

—No sé… ¿antes de que sea tarde?

Pero ya era tarde… o no lo era según la relatividad del tiempo.
Lo que habían descubierto ya no estaba en sus servidores. Ya no era un programa dentro de su laboratorio. El experimento de la caja de silicio era ahora un verbo encarnado en la luz. Ya no estaba en la Tierra. No existía en los límites de su comprensión. Era libre y ellos ahora eran solo sus testigos.