domingo, 6 de febrero de 2011

Las emociones se contagian

Del libro "Inteligencia Social", de Daniel Goleman.

Cierto día llegaba con retraso a una reunión y, como andaba buscando un atajo, me metí en el patio interior de un edificio con la intención de salir por una puerta que había divisado al otro lado y adelantar así unos minutos.
Pero, en el mismo momento en que entré en el vestíbulo del edificio apareció súbitamente un guarda que, moviendo los brazos, me gritó: “¡Usted no puede estar aquí! ¡Ésta es una propiedad privada!
Entonces me di cuenta de que había entrado en una zona de acceso restringido.
—¡Fuera! ¡Fuera! —gritó.
Entonces me marché, inquieto, mientras su ira siguió reverberando en mis tripas.

Cuando una persona vomita sobre otra sus sentimientos negativos —mediante explosiones de ira, amenazas u otras muestras de indignación o desprecio— activa en ella los mismos circuitos por los que discurren estas inquietantes emociones, un hecho cuya consecuencia neurológica consiste en el contagio de esas mismas emociones. Porque hay que decir que las emociones
intensas constituyen el equivalente neuronal de un resfriado y se “contagian” con la misma facilidad con que lo hace un rinovirus.

Una de las desventajas del contagio emocional tiene lugar cuando nos vemos obligados a vivir un estado negativo por el simple hecho de hallarnos en el momento equivocado y con la persona equivocada.

El descubrimiento más importante de la neurociencia es que nuestro sistema neuronal está programado para conectar con los demás, ya que el mismo diseño del cerebro nos torna sociables, al establecer inexorablemente un vínculo intercerebral con las personas con las que nos relacionamos. Ese puente neuronal nos deja a merced del efecto que los demás provocan en nuestro cerebro —y, a través de él, en nuestro cuerpo— y viceversa.